El Problema del Mal en el Mundo

El Problema del Mal en el Mundo, InfoMistico.com

Zubiri parte de “que efectivamente hay un Dios creador y personal del mundo” (p. 287). Supuesto esto, y como el mal existe en el mundo, es lícito preguntarnos por el problema del mal desde la perspectiva de Dios. Zubiri articula su estrategia a través de tres preguntas a las que intentará dar respuesta:

Primero: en tanto que Dios es causa universal del mundo, y en el mundo tiene el mal una realidad, ¿es Dios causa del mal? Segundo: Dado que no lo fuera, y supuesto que el mal existe, ¿es, cuando menos, aceptado por Dios? Tercero: supuesto que no lo fuera, ¿cuál es entonces la razón de ser del mal? (p. 288)

a) ¿Es Dios la causa del mal?

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En primer lugar, tendremos que entender que toda la realidad es creada, es finita y procede sólo de Dios y es para Dios su gloria (Cfr. pp. 289-290).

Sin embargo, para Zubiri “gloria no significa una especie de paseo triunfal de Dios por el Universo como el de un general o jefe de Estado … Aquí la gloria es pura y simplemente la realidad misma existente, en tanto que finita” (p. 291).

Al igual que el artista se realiza con su obra y el científico con su investigación, podemos comprender, desde una visión antropomórfica, que la realidad creada supone para Dios una satisfacción, el orgullo por aquello que ha surgido de sus manos y, por tanto, es la realidad creada su propia gloria.

Zubiri insiste en que “la realidad finita, en tanto que, producida por Dios, tiene el sentido de ser gloria y la condición de ser un bien” (p. 292). Por tanto, “la realidad creada: no sólo es esencialmente buena, sino que su bondad consiste pura y simplemente en ser realidad” (p. 293).

Porque lo que Dios ha querido y ha creado es la sustantividad personal que somos cada uno de nosotros y que hace que nosotros mismos seamos capaces de constituirnos en lo que vamos siendo. Y esto es el bien mayor que existe en el mundo.

Dios es causa de que haya una realidad que pueda escoger libremente su propia condición. La libertad es la participación finita en la grandeza e independencia de Dios.

Sin embargo, como veíamos anteriormente, es esa libertad la que da pie a la malicia y malignidad y, en último término, a la maldad. Por tanto, ya podemos ver que Dios de ninguna manera es causa del mal.

b) ¿Acepta Dios el mal?

Zubiri plantea el problema de la razón de ser del mal desde la perspectiva individual: razón biográfica del mal y desde la perspectiva social y colectiva: razón histórica del mal.

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El ser humano desde que nace se va desarrollando como persona. En ese crecimiento que cada persona experimenta, el maleficio juega un papel importante.

Porque, a pesar de que el maleficio sea o nos produzca un mal, una limitación o un sufrimiento, nos supone una serie de problemas cuya resolución nos puede hacer crecer, si sabemos buscar las respuestas adecuadas a los conflictos que se nos plantean.

Así pues, se trata de un mal que nos da opción a crecer y a alcanzar un bien superior.

Del mismo modo, la malicia nos enfrenta a una disyuntiva de carácter moral que nos hace evolucionar como personas, a través de optar dentro de nuestra libertad por una posibilidad u otra.

Además de la influencia que pueden tener tanto el maleficio, como la malicia en nuestra vida, el hecho que Dios los permita, testimonia bien a las claras que las personas somos dueños de nuestros actos.

Resulta muy importante esta constatación profunda de la libertad humana: la libertad real de las personas que nos permite tener un carácter de realidad moral, en tanto que tenemos capacidad de elección en uno u otro sentido.

Sin este carácter de radicalidad inherente a la libertad humana, permitido por Dios a pesar del sufrimiento que a veces puede acarrear, el ser humano no podría evolucionar, sino que estaría lastrado desde el principio de su existencia.

Por consiguiente, Zubiri establece que Dios no acepta el mal, pero lo permite, y esa permisividad está motivada por la naturaleza del ser humano, como agente libre y con responsabilidad moral.

Trasladado lo explicado anteriormente al ámbito de la sociedad y reflejada a través del paso de los siglos, podemos apreciar la razón histórica del mal.

Esta no consiste solamente en la proyección a nivel colectivo de las disyuntivas que se nos plantean a nivel personal, aunque no deja de existir una cierta analogía entre la persona que opta a nivel individual y el grupo que opta a nivel colectivo o social.

c) ¿Cuál es la razón de ser del mal?

Por consiguiente, podemos llegar al convencimiento que, “por donde quiera que se le tome, como maleficio, como malicia o como maldad, el mal tiene su razón de ser en estar ordenado precisamente a un bien superior” (p. 312).

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Ahora bien, nos podemos preguntar: ¿se limita Dios a aceptar el bien y a permitir el mal? De hecho, no es así. Dios no se ha limitado a testificar su conformidad con el bien y a permitir el mal, sino que precisamente desde Cristo ha querido incorporarse personalmente al curso de la historia de la humanidad (Cfr. p. 313).

Dios no hubiera permitido jamás el mal si no hubiera tenido ante sus ojos la posibilidad y la realidad decidida de una Encarnación y de una Redención. En su virtud, la humanidad entera está llamada a un bien trascendente y querido por Dios.

Un bien trascendente que consiste en Dios mismo, como culmen no sólo de mi sustantividad humana, sino como participación real y efectiva de mi sustantividad en la condición misma de ese Dios, que se ha incorporado a la realidad humana.

En este sentido, el bien no simplemente es un bien, sino que es una condición distinta del hombre, es justamente gracia. Y correlativamente, el mal no consiste simplemente en malicia, sino en pecado.

Por lo tanto, el dualismo del bien y del mal es un dualismo entre gracia y pecado, entre seguir la gracia de Cristo y apartarse de él por el pecado (Cfr. pp. 313-314). Como explica Zubiri,

La Encarnación no solamente ha tenido el carácter de un merecimiento estricto de la gracia para la humanidad, sino que ha tenido el carácter de un merecimiento y de un triunfo definitivo del principio del bien sobre el principio del mal. (p. 314)

d) Conclusión

Así pues, podemos concluir que la reflexión de Zubiri sobre el problema del mal nos permite reconciliar el compromiso de Dios con el respeto a la libertad humana, por un lado, y con la salvación de la humanidad, por otro. Y, sobre esta base, Zubiri nos invita a entender los diferentes aspectos del mal, tal como se dan en nuestra realidad individual y colectiva, poniendo el énfasis en el ejercicio de nuestra libertad y la posibilidad de que mediante la superación del mal, nuestro proyecto vital y nuestra realidad moral se desarrolle de una manera más plena.

NOTAS

[1] Este texto es una versión modificada y reducida de un artículo originalmente publicado en 2001 Teología Actual(42), 47-58. Agradezco al director de Teología Actual, Rvdo. Joan Guiteras, el permiso para reproducir este artículo.

[2] Zubiri, X. (1992). Sobre el sentimiento y la volición. Madrid: Alianza Editorial. Referencias a este libro se incluirán directamente en el texto entre paréntesis.
Sobre Zubiri, véase, por ejemplo, el artículo de Urbano Ferrer en Philosophica

Mercedes Vilà Pladevall para la Red de investigaciones filosóficas José Sanmartín Esplugues
Es doctora en Filosofía, Vicedirectora del Instituto Diocesano de Ciencias Religiosas (IDCR) y profesora del departamento de Fe-Cultura. Actualmente imparte el Seminario «La empatía y la estructura de la persona en el pensamiento de Edith Stein», en el seno del IUIF Edith Stein de la UCV.

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