La enseñanza de la comunicación personal con Dios tiene una larga historia que se remonta hasta los tiempos de la Iglesia Apostólica. No existió entonces precisión, vocabulario fijo ni metodología sistematizada.
La comunicación con Dios repercute fuertemente en la vida de uno
Todo esto fue apareciendo a lo largo del proceso. Existió sin embargo, la realidad compleja de la oración personal, contrapuesta a la plegaria oficial de la Iglesia. Plegaria comunitaria.
Lucas evangelista
Dos textos evangélicos, sin duda, inspiraron a la Iglesia primitiva respecto a la oración personal u oración de recogimiento o soledad. Los dos son de Lucas evangelista.
En el primero se dice que la Virgen María daba vueltas en su interior a cuanto contemplaba (Lc 2,61) y en el segundo, que Jesús solía retirarse a hacer oración (Lc 6,32).
Tres vocablos distintos apuntan ya, desde el comienzo, a tres realidades distintas que se realizan separadamente: “euje o proseujé, meleté y gnosis”.
La “eujé o proseujé”, que se encuentra en la Sagrada Escritura y en los Padres griegos y que pudiéramos traducir por plegaria u oración de súplica, significa demanda dirigida a Dios, pero es algo más que una súplica.
Tertuliano hablo de “homilía” conversación familiar con Dios. En el mismo sentido hablarán más tarde Clemente de Alejandría y Evagrio Póntico.
San Hilario nos dirá textualmente que la plegaria o súplica es una conversación del espíritu con Dios, y San Juan Damasceno que es una ascensión del alma hacia Dios. Jamás se encontrará ese vocablo ni en la Escritura ni en los Santos Padres hasta la Edad Media para expresar sentimientos de adoración, de alabanza y de acción de gracias.
Comunicación personal con Dios
La “meleté” o meditación, que se recomienda fuertemente en la Sagrada Escritura y en los Padres Griegos y Latinos no significa una especulación filosófica ni una reflexión intelectual erudita sino la reflexión sencilla de un alma sencilla que ama a Dios y busca integrar o profundizar las verdades de la fe y sus exigencias.
Ambos tipos de comunicación personal con Dios apuntan a la contemplación.
En la literatura griega la “contemplación” se llama “teoría” y significa un conocimiento íntimo de Dios. Este término no aparece en la Sagrada Escritura.
En cambio sí aparece en su lugar la palabra “gnosis” (traducción del hebreo debar) que significa conocimiento penetrante y total, Para los evangelios “gnosis”es conocimiento íntimo de Dios, propio de aquellos que le aman. Para Pablo de Tarso es el conocimiento que acompaña al amor.
Para Platón, Aristóteles y Plotino
La contemplación en el sentido de teoría -conocimiento íntimo de Dios- es la actividad suprema del sabio. En este sentido, con claras influencias griegas, hablan de la contemplación Clemente de Alejandría, Orígenes, San Gregorio nazianzeno, Casiano y San Agustín.
San Gregorio Magno, sin embargo, vuelve a la concepción bíblica. Para él la contemplación es conocimiento sabroso de Dios, impregnado de amor.Lo importante y definitivo es que para todos la Contemplación es el fruto y término de la meditación y de la plegaria.
Poco a poco, sin embargo, estas tres realidades pasarán de tres momentos separados a tres actos sucesivos de la oración personal.
Ni los Santos Padres ni los Monjes de la Alta Edad Media
Se preocuparon de crear métodos para facilitar la actividad de la oración. Los Monjes de la Alta Edad Media se caracterizaron por haber introducido como paso muy importante la “lectio divina”, la lectura espiritual.
Se leían las Sagradas Escritura, se meditaban y se levantaban a Dios plegarias. En ellos, pues, se inspira la Liturgia de las Horas para el oficio de lectura.
En el siglo X
Comienzan a aparecer las conocidas Meditaciones, iniciativa que se prolonga hasta nuestros días. En el siglo XIII y XIV es cuando surge la explosión de los métodos de oración y aparecen los primeros tratados y escuelas de oración.
Entre esos tratadistas sobresalen Hugo de San Victor, Guiges II el Cartujano con su Scala claustralium, San Bernardo, Guillermo de Saint Ferry y Ricardo de San Victor. Entre las escuelas de Teología Espiritual sobresale la franciscana a la que tanto deberá San Ignacio de Loyola.
Un franciscano, que se creyó era San Buenaventura, publicó un libro determinante “Meditaciones de la vida de Cristo” en el que se inspiró después Ludolfo de Sajonia para escribir su “Vita Christi” que tanto influyó en la conversión de San Ignacio.
El franciscano invita a su lector a mirar, escuchar y tocar iniciando así el método ignaciano de aplicación de sentidos.
San Buenaventura, por su parte escribió dos sugestivas obras, el “Itinerarium mentis ad Deum” y el “De triplici via”. Fue arrollador el movimiento de la “Devotio Moderna” con dos obras de incalculable influencia: la “Scala meditatoria” de Wessel Gansfort y el popularísimo “Rosetum” de Mombaert.
En España tuvo un éxito sin precedentes el “Ejercitatorio” de Fray García Jiménez de Cisneros, primo hermano del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros.
En todo este movimiento subyace el esquema tomado de Evagrio Póntico de los tres períodos de la vida espiritual: principiantes, proficientes y perfectos; y de los tres grados de oración paralelos a los tres períodos, defendiendo artificialmente que la oración discursiva es propia de los principiantes, la afectiva de los proficientes y la contemplativa y unitiva de los perfectos. Concepción muy objetable por la Psicología Dinámica de la personalidad.
En este tiempo todo en la oración personal está dirigido hacia la unión con Dios.
Con el Renacimiento y la aparición en la escena de la Iglesia de San Ignacio de Loyola, de Santa Teresa y de otras figuras, cambia bastante el programa.
La vida espiritual
No se concibe en función de la vida contemplativa sino de la vida activa en unión con Dios.. Surgen así novedosas modalidades: la oración práctica, propia de los jesuitas e imitada más tarde por otras Congregaciones Religiosas; la oración afectiva, la contemplación adquirida y la contemplación mística.
En contra de desconocedores de San Ignacio y aun de algunos comentaristas suyos, su método es amplio siempre, de reglas generales y de una simplificación que es sorprendente si se la compara con la de autores como San Buenaventura, Reymundo Lull y Juan Mombaert.
Todo en la oración para San Ignacio de Loyola está sujeto a cuatro reglas de oro:
- El valor del método es supletorio. El Espíritu Santo es el mejor Maestro de oración;
- docilidad suma al movimiento de Dios en el alma;
- el fin de la oración personal no es la reflexión ni el estudio sino el trato íntimo con Dios con la consiguiente penetración de las cosas de Dios en uno;
- la orientación definitiva de la oración es la unión con Dios con el fin de ser contemplativo en la acción.
Respecto a la oración afectiva fueron definitivas las aportaciones de Cordeses, Fray Luis de Granada, la gran Teresa de Avila, y más tarde San Francisco de Sales en su “Introducción a la vida devota” y sus “Verdaderas pláticas espirituales”.
El llama a este tipo de oración “oración cordial” u “Oración de simple demora en Dios”. Lallemant la llamó “oración de silencio” y Bossuet “oración de simplicidad”. La Escuela de Berulle la consolidó.
En la contemplación infusa y mística siguen siendo autores y maestros no superados Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, El místico de Fontiveros escribió en su Cántico Espiritual: “Y todos cuantos vagan de Ti me van mil gracias refiriendo y todos más me llegan y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo”.
Allison Peers
Que tradujo en nuestros días al inglés las obras completas de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús, publicó un notable estudio sobre el fenómeno místico con el título de “Spanish mysticism”.
Modernamente se produjo una fuerte reacción contra los métodos, sobre todo rígidos, y ha habido una vuelta fecunda a las primeras realidades y principios en que se inspiraron.
El resultado ha sido una producción prolija , preferentemente monográfica, un riquísimo ahondamiento psicológico y teológico sobre cada uno de los elementos de la comunicación personal con Dios y alguna aceptación contenida de ciertas técnicas orientales. La Bibliografía es larga y significativa.
San Agustín, con su típica agudeza, escribió un día en uno de sus escritos: “Recte novt vivere qui recte novit orare”, “El que sabe orar correctamente sabe vivir correctamente”.
La comunicación personal con Dios repercute fuertemente en la vida de uno.
Francisco José Arnaiz S.J. Vía – listindiario.com.do