Llamar bruja a alguien hoy en día lo máximo que puede reportarnos es un sopapo. No es poco, pero nada comparado con la muerte de hace 400 años.
Primera caza de brujas americanas
Por aquel entonces, los puritanos de Nueva Inglaterra —lo que actualmente son los Estados de Maine, Connecticut, New Hampshire, Vermont, Rhode Island y Massachusetts—, creían ciegamente en el mundo sobrenatural y en una pugna constante entre Dios y el diablo.
Como enviados divinos que eran debían evitar el avance del maligno en la tierra. La Biblia era su refugio y el lugar donde encontrar respuestas.
¿Qué hacer con las brujas? “No dejarás que una viva” (Éxodo 22:18). Cuando en 1642 la colonia de Connecticut estableció su primer código legal, la brujería se incluyó como delito de muerte.
Entre 1647 y 1663 murieron en su horca alrededor de una docena de personas, en su mayoría mujeres. Hubo quien se declaró inocente y quien confesó. Por ejemplo, entre las que mantuvieron su inocencia está la señora Knapp, de Fairfield, a la que en 1653 se le culpó de tener ‘pezones de bruja’ en el cuerpo.
Esto es, pequeñas verrugas de donde el diablo succionaba. Sus intentos no le sirvieron de mucho, porque la muerte fue su destino.
Esta caza de brujas vivió su apogeo en 1662 cuando en Hartford, la actual capital del Estado, nueve personas fueron tratadas por brujería y de ellas ahorcaron a cuatro.
Elizabeth Kelly
El detonante fue la acusación de una niña de ocho años, Elizabeth Kelly, quien empezó a sufrir de repente fuertes dolores en el abdomen acompañados de espasmos. Según la pequeña, la culpable de semejante situación era la señora Ayers.
Elizabeth mostró toda su ternura e inocencia cuando pidió a su padre la cabeza de la mujer. Por fortuna, éste controló sus instintos y eso nunca sucedió, pero la niña murió a los pocos días. Ahora sí, Ayers tenía problemas porque a diferencia de Salem, donde las acusaciones se hacían sin ton ni son, había un cadáver de por medio.
La suerte sonrió a la acusada y la autopsia no reveló nada coherente, por lo que fue puesta en libertad. Ella y su marido huyeron a otro Estado más allá de las leyes bíblicas de Connecticut.
Anne Cole
Otra que jugó con las acusaciones fue Anne Cole, una joven que dijo ser torturada físicamente mediante magia. En su testimonio aparecieron los nombres de Rebecca Greensmith, una mujer mayor e ignorante, Elizabeth Seager y Judith Varlett.
La pareja Greensmith llegó a la corte con cargos, pero mientras él se declaró inocente ella confesó.
Dijo haber tenido sexo con Satán y haber bebido y bailado bajo un árbol en Soth Green, Hartford, acompañada de otras brujas. No contenta con todo acusó también a su marido y consiguió que ambos fueran ahorcados en 1663.
Ningún otro inculpado por Cole o Greensmith compartió este final. De hecho, siguiendo el ejemplo del matrimonio Ayers, cogieron sus bártulos y se fueron a Rhode Island. Las ejecuciones cesaron, pero se siguió señalando con el dedo.
La histeria de Salem en 1692
Se contagió en forma de 8 acusaciones al sur del Estado de las cuales dos fueron sometidas a la prueba del agua: un sencillo test para descubrir quién es y quién no es bruja. Se trata de lanzar al agua, atada de pies y manos, a la hechicera en cuestión.
Si el cuerpo flota no hay duda alguna: es tan bruja que ni el agua le quiere. Si el cuerpo se hunde es inocente
El problema aparece al no rescatar a la persona a tiempo, pero eso es algo que no veían como contraindicación para seguir poniéndolo en práctica. Ambas mujeres flotaron, pero sus casos fueron tratados por una corte de ministros especial que sentenció que el “test del agua” no tenía fundamento.
A una de ellas, Elizabeth Clamson, se le quitaron los cargos después de que más de 75 individuos testificaran a su favor. La otra, Mercy Disborough, no tuvo tanta suerte y fue condenada a un cautiverio permanente.
No existe una teoría válida para explicar el por qué de las acusaciones
Miedo, envidia o resentimiento son algunas respuestas. Las alucinaciones de las que algunas hablaron en sus confesiones probablemente fueran causadas por la ingesta de pan de centeno que contuviera un hongo capaz de provocarlas.
Fuera real o no su existencia, hubo que esperar hasta 1750 para que la brujería dejara de ser crimen en Connecticut.
Ana Pastor
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