Eleanor observó a su abuela con preocupación. No entendía por qué su abuela olvidaba cosas tan básicas como el lugar donde colocó el azúcar o el día en que debía pagar las facturas. A veces, ni siquiera recordaba cuándo debía prepararse para ir de compras.
Eleanor y su abuela: cómo el helado de fresa se convierte en el símbolo de un amor inquebrantable
— Mamá, ¿por qué la abuela actúa de esta manera? —inquirió Eleanor—. Antes era tan meticulosa y ahora parece desorientada y triste.
— Querida, la abuela está envejeciendo —respondió su madre con voz suave—. Ahora más que nunca, necesita de nuestro amor y comprensión.
Eleanor frunció el ceño, — ¿Envejecer significa olvidar todo? ¿Me sucederá a mí también?
Su madre suspiró antes de responder: — No todos olvidan al envejecer, Eleanor. Pero creemos que la abuela podría tener Alzheimer, lo que la hace olvidarse de las cosas con más frecuencia. Podríamos considerar llevarla a una residencia especializada para brindarle los cuidados adecuados.
Eleanor sintió un nudo en la garganta. — No le gustará dejar su casa, mamá. La extrañará.
— Es posible —admitió su madre—. Pero estará bien cuidada y hará nuevas amistades allí.
Mirando hacia abajo, Eleanor murmuró, — ¿Podremos visitarla regularmente? La extrañaré, aunque no se acuerde de muchas cosas.
Su madre sonrió con cariño. — Podemos visitarla los fines de semana y llevarle presentes.
Con una pequeña sonrisa, Eleanor sugirió, — ¿Qué tal helado? A la abuela le encanta el helado de fresa.
La primera vez que visitaron a la abuela en la residencia, Eleanor luchó por contener las lágrimas. Observando a su alrededor comentó: — Mamá, muchos de los residentes usan sillas de ruedas.
— Lo necesitan para moverse de manera segura —explicó su madre—. Cuando saludes a la abuela, dile que se ve bien y sonríe.
Vieron a la abuela sentada sola, en una luminosa sala con vista al jardín. Eleanor se acercó y la abrazó.
— Abuela, te trajimos helado de fresa, tu favorito —dijo mostrándole el envase.
La abuela cogió el helado y comenzó a comerlo en silencio.
— Aunque no lo demuestre, lo está disfrutando —aseguró la madre de Eleanor.
Eleanor sintió un peso en su corazón. — Pero parece no reconocernos.
Su madre intentó consolarla. — Dale tiempo, está adaptándose a este lugar.
La siguiente vez que la visitaron, la abuela reaccionó de la misma forma. Comió el helado y les sonrió, pero no habló.
Eleanor, con esperanza en sus ojos, preguntó, — Abuela, ¿me reconoces?
La abuela la miró y dijo: — Eres la chica del helado.
Con los ojos llenos de lágrimas, Eleanor insistió, — Soy Eleanor, tu nieta. ¿No me recuerdas?
La abuela le sonrió dulcemente: — Te reconozco. Eres la niña del helado.
Eleanor comprendió que, quizás, su abuela nunca la recordaría como antes. Vivía en un mundo propio, lleno de vagos recuerdos y momentos solitarios.
Eleanor exclamó con pasión, — ¡Te amo mucho, abuela!
La abuela dejó caer una lágrima y murmuró: — Recuerdo el amor.
La madre de Eleanor se acercó y susurró: — Es todo lo que necesita, amor.
Eleanor asintió con determinación. — Entonces, le traeré helado cada fin de semana y la abrazaré, aunque no me recuerde.
Al final, sentir amor era más significativo que recordar un simple nombre.
Esta historia ha sido inspirada por su autora original, Marion Schoeberlein
Amor Inquebrantable: Más Allá del Alzheimer
Descubre la emocionante travesía de Angelita y Ángel, dos almas entrelazadas en un baile de amor, sacrificio y devoción. Una historia que va más allá de la apariencia, adentrándose en lo más profundo del corazón humano.