Justo después de haber atravesado medio mundo, de lidiar con el cambio de horario y de tener un primer impacto cultural con el flujo de vehículos (al igual que en Inglaterra, se avanza por la izquierda), Bali lo recibe con una imagen que deja sin aliento.
Buscando a la verdadera Bali
Es una enorme escultura de casi 12 metros de alto, totalmente blanca y llena de detalles. Está justo a unos cuantos metros del Aeropuerto Internacional Ngurah Rai, en Denpasar (la capital balinesa), en el medio de una rotonda.
Y, como todo en esta isla, está llena de mitología. Representa a Bhima (algunos lo escriben Beema o Dewa Ruci), uno de los cinco hermanos Pandavas retratados en el Mahábharata, el relato épico en sánscrito considerado uno de los mitos fundacionales de India.
Toda la estructura está provista de detalles: las olas del mar, las escamas del dragón, el traje del guerrero. Son un indicativo de la fidelidad y dedicación con que los artesanos de Bali trabajan sus obras, sea cuál sea, sin importar el material, la técnica utilizada o el precio final.
El arte y la religión
Porque, en esencia, el arte y la religión son los signos que diferencian a Bali no sólo de las demás islas de Indonesia, sumidas en los vaivenes de la rutina capitalista, sino de la misma civilización occidental.
Un claro ejemplo se encuentra en la arquitectura: edificios al estilo hindú que, por ley, no pueden sobrepasar los 15 metros de altura. Según la disposición, ninguna estructura puede ser más alta que los templos hindúes porque, de hacerlo, aumentaría la brecha entre ricos y pobres.
Pero todo este mundo guiado por la espiritualidad hindú no alcanza a comprenderse tan pronto se llega. Más allá de la confusión idiomática (el indonesio, o bahasa indonesia, es un dialecto del malayo que emplea caracteres latinos), es el cansancio físico el que no permite comprender la entrada a una nueva realidad.
Las 27 horas de viaje, sin contar el tiempo entre una conexión aérea y otra, sumadas a un clima promedio de 30°C, hacen que lo único anhelado por el viajero sea una prolongada siesta.
Destino occidental
Según la Oficina de Turismo de Bali, cerca de 2 millones de turistas aterrizaron en Denpasar durante 2008, cifra que significó un aumento del 18,26% respecto a los visitantes en 2007.
Las autoridades tienen muy claro que, al momento de registrar su entrada, la mayoría de los viajeros mostraron pasaportes expedidos en Japón, Australia y Corea del Sur.
“Como un destino turístico de reconocimiento mundial que posee el título de la isla más bella del mundo, Bali captura los corazones extranjeros en cada esquina con su encanto y comodidad”, sostiene Gde Nurjaya, director de Turismo del gobierno local, cuya dependencia selló 391 pasaportes colombianos el año pasado.
Un gran número de esos turistas se hospeda en la zona de Kuta, en donde es posible encontrar hoteles y spa de múltiples precios: desde el Hard Rock Beach Hotel, de cuatro estrellas con cuartos parecidos a un apartamento y una porción privada de arena y mar, hasta centros que ofrecen masajes por menos de US$20.
Además, por las calles de este populoso sector pueden encontrarse restaurantes especializados en comida de mar, hindú, indonesia (con especias que ponen a prueba cualquier paladar) y la siempre práctica comida rápida.
Pero los pequeños visos de espiritualidad observados en esa primera mirada se pierden tras dos días de intensas caminatas por el sector, de tardes en sus playas y noches de alcohol en las discotecas.
Pequeño mundo dentro de Bali
Porque la zona de Kuta representa un pequeño mundo dentro de Bali es, en rigor, el lado más occidental de la isla. Con sus atractivos y males.
Tiendas de películas y videojuegos piratas que ofrecen todos los títulos imaginables a un dólar, puestos de artesanías donde impera la ley del regateo (tras una jornada de compras, una viajera argentina afirmaba:
“No se puede tener compasión. Hay que pedir rebaja”), bares atestados de bullosos y obesos australianos que observan partidos de rugby a todo volumen, centros comerciales que ofrecen batiks (la prenda nacional), colonias, libros y relojes según presupuestos, playas manchadas de basura y proxenetas que prometen alegrar noches solitarias a cómodas tarifas.
Historia balinesa
Porque la Zona de Kuta es un reflejo de la historia balinesa aquella colonia fundada por el imperio Majapahit en 1343, que trajo la religión hindú, fue sometida a acero, pólvora y sangre después de que el explorador Cornelis Houtman decidiera anexionarla a la corona holandesa en 1597.
Uno de los capítulos más tristes se escribió en la primera década del siglo XX, cuando cerca de 4.000 nativos perdieron la vida enfrentándose a sus conquistadores.
La independencia se logró después de la Segunda Guerra Mundial, en 1949, pero los locales siguieron siendo dominados.
Esta vez el arma fue el turismo: en los años 60 se asentaron los primeros hoteles y, ante los buenos resultados, en la década siguiente se produjo un boom que trajo consigo divisas extranjeras, piscinas, cuartos, que privatizó playas e integró a los habitantes de Bali a la floreciente industria.
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