El problema del mal

El problema del mal, InfoMistico.com

Al filósofo le era imposible reconciliar la idea de un Dios bueno y todopoderoso con la realidad del mal en el mundo. La existencia del mal en el mundo ha sido, desde el huerto de Edén hasta nuestros días, el caballo de batalla del ateísmo contra la fe religiosa.

El problema del mal — Camus y el protestantismo

En el siglo XVIII un ateo que llegó a alcanzar cierta fama como tal, el filósofo e historiador escocés David Hume, planteó el problema del mal con idénticos argumentos a los que utilizó Camus dos siglos después en sus conversaciones con Howard Mumma. Esto escribió Hume:

— Los viejos interrogantes de Epicuro aún no se han resuelto.

¿Desea Dios prevenir el mal pero no puede evitarlo? Si es así, Dios es impotente.
Pero ¿y si no quiere? Entonces es malévolo.
¿Puede y quiere Dios evitarlo? Si es así ¿es despreciable?

En certera opinión de José de Segovia Barrón:

— El problema al que se enfrenta Camus una y otra vez en las conversaciones con el pastor, es la existencia del mal. Le era imposible reconciliar la idea de un Dios bueno y todopoderoso con la realidad del mal en el mundo.

En efecto. En una conversación que dura cuatro horas, Camus trata el tema con su amigo protestante. Esta es su queja:

— Yo sentí, junto con otros miles de personas, que el suicidio era la conclusión lógica de verdad. Creo que este universo que es capaz de matar a millones de personas con una bomba desemboca en un sentimiento de que la existencia es una agonía.

Creo que es una enfermedad que sólo la muerte puede curar. Si hay un Dios, ¿por qué permite que tantos inocentes se retuerzan en agonía?

Camus ya había escrito sobre el sufrimiento de los inocentes en su novela más leída, LA PESTE. Cuando el hijo del juez Othon muere de la peste, el doctor Riux dice al sacerdote católico Paneloux:

— Usted sabe muy bien que éste era inocente.

El sufrimiento de los niños, de los inocentes

Sigue siendo la punta más aguda del problema del mal. El cura de LA PESTE da la razón al doctor Riux. Para este problema humano, insoluble, no hay más que una respuesta: la esperanza cristiana. También el pastor Mumma admite que no existen respuestas fáciles. Dice a Camus:

— Estamos entrando en aguas profundas. Como pastor he sido testigo de muchas dificultades de la existencia humana. He visto familias arrasadas por desastres naturales, asesinatos sin sentido, terribles enfermedades que sacuden el cuerpo y la mente.

He visto las consecuencias del pecado y el egoísmo y puede que le sorprenda saber que, abrumado por los actos repulsivos de este mundo, me he hecho esta misma pregunta muchas veces.

Antes o después, cada uno de nosotros se pregunta cómo o por qué Dios puede amar, ejercer su omnipotencia y al mismo tiempo permitir que el mal y la desgracia se extiendan por el mundo que nosotros conocemos.

Apunta Camus:

— Esa es la pregunta exacta que nos hacemos hoy y que la gente se ha hecho a lo largo de los siglos.

El problema del mal le obsesiona

El filósofo aprecia la sinceridad del pastor, pero no queda satisfecho con sus opiniones. El problema del mal le obsesiona. En otra conversación que los dos mantienen, Camus, en la línea de David Hume, va directo al corazón del problema:

¿Cómo puede Dios dar libre albedrío conociendo, como debe, que lo usaremos tan mal? ¿Estaríamos todos mejor si tuviéramos menos libertad?

Yo tiendo a pensar que no es así, pero quizá sea justo preguntar por qué Dios nos hizo como somos. Si hubiéramos sido creados con un poco más de deseo de hacer el bien y un poco menos de hacer el mal, podríamos haber estado mejor.

No puedo creer que necesitemos la cantidad de mal y sufrimiento que tenemos ahora en el mundo. La historia de Job parece válida aquí. Por ejemplo, ¿qué diríamos de un padre que pegara a sus hijos para poner a prueba si son leales?

¿No es este un caso en el que los cristianos se ven tentados de referirse a los misteriosos designios de Dios? ¿Debemos simplemente aceptar lo que hace Dios sin cuestionarlo, dado que no podemos entender su propósito último? Para mí es todo lo que hay: simplemente, seguir viviendo.

La única esperanza que yo puedo ofrecer es, simplemente, vivir. Repetición, acribillando con preguntas a cada día con el mero acto de vivir. Y empezar de nuevo otra vez hasta la muerte, es todo lo que hay. Y aún así, Howard, siento muy dentro que falta algo. ¿Hay algo más?

El pastor protestante no se amilana ante tal avalancha de argumentos. Howard Mumma es hombre muy culto, ha recibido premios por sus aportaciones teológicas y filosóficas.

Curtido en discusiones con no creyentes. Sin afirmar en su conciencia que Alberto Camus fuera filósofo ateo, conoce muy bien los argumentos del ateísmo:

Dios es incompatible con la libertad del hombre y, en consecuencia, hay que negarlo.

Responde a Camus:

— Dios ha permitido nuestra libertad moral para establecer una especie de prueba a nuestra virtud. Si todos fuéramos buenos por naturaleza, habría poco que debatir sobre el bien contra el mal. Entonces aparece la defensa habitual:

¿No necesita el mundo algún tipo de mal para que podamos conocer el bien? Por ejemplo, no podemos disponer de un agua que sacie nuestra sed pero que no ahogue a la gente. Es imposible tener un fuego que caliente nuestros hogares pero que no abrase nuestra piel.

Tampoco es posible para Dios crear mentes que sean libres y que no tengan la posibilidad del mal. Esto no es lo mismo que decir que la creación requiera el mal, sino que lo que afirmamos es la idea de que es absurdo esperar de Dios que haga unas criaturas que carezcan de las características y las posibilidades de ambos, el bien y el mal.

Camus sonríe y concluye:

— Usted resuelve el problema del mal desechando la totalidad del debate.

¡El mal en el mundo!

El mal es un misterio. Crece cuando hablamos de él. Si los seres humanos no obráramos mal, el mal no existiría. El político y académico extremeño Juan Donoso Cortés, muerto en París en 1853, reflexionaba de esta manera en torno al mal:

— El mal tiene su origen en el uso que hizo el hombre de la facultad de escoger, la cual constituye la imperfección de la naturaleza humana. Toda mi doctrina está aquí: el triunfo natural del mal sobre el bien, y el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal.

En la Biblia, que tanta atención presta a los problemas de la vida del hombre y al mundo religioso, no falta un amplio enjuiciamiento del problema torturante del mal.

Naturalmente, la Biblia no se plantea, como en la teología y en la filosofía posterior, el origen del mal. Pero quienes quieran entrar en sus páginas y descubrir el misterio encontrarán en ellas cuantos elementos precisa una solución esencial del problema.

Para los escritores del Antiguo Testamento Dios es bueno y es bueno cuanto hace

Pero con el primer pecado todo se complica y el hombre se asoma por primera vez al conocimiento del bien y del mal.

Para el Nuevo Testamento, el origen del mal está en el hombre

Porque de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:21-23).

Sabio mi señor Don Quijote:

Nunca los cielos aprietan tanto los males que no dejen alguna luz, con que se descubra la de su remedio.

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